Monday 18 January 2010

La piel intacta (A Tennis Player)



1.
Bastó que fuera joven y su piel blanca. Muchas veces lo observé cruzar el jardín principal. Caminaba en dirección al gimnasio después de entrenar tennis. Iba con la mirada al piso. El aire chocaba con su afilado torso, el cual, cubierto por una delgada playera de algodón, mojada por su sudor, intensificaba la sensación de frío. Me fascinaba verlo todos los días: sus finos rasgos en contraste con su nariz grande, desproporcionada a su cara, y sus labios delgados. Tuve que esperar un poco más. Tenía que llegar el momento. Y así, con el paso del tiempo, accedió. Entonces, en alguna de esas veces, decidió subir la mirada, había dado la pauta. Fue meticuloso, lo previó todo, que sus padres no se percataran, y que nuestro encuentro pareciera natural. Primero fueron saludos, discretos, con tímidas señas, de lejos. Poco a poco asintió y permitió que fuera parte de su vida.
2.
Jugábamos tennis cuando sus padres se iban los fines de semana; aprovechábamos para pasar el tiempo. Yo decidí estar con él y Carlos, por su parte, había renunciado a su hogar y estaba dispuesto a seguirme; no nos importó ser señalados.
3.
Me gritaba enfurecido y la piel de su cara, hasta ese día intacta, se fracturaba por primera vez. Me cuestionaba el por qué lo había traicionado, el por qué había acordado con sus padres la separación. Yo sentía impotencia y me preguntaba, en silencio, sólo mirándolo, ¿cómo es que empezó todo? Y emergía un pensamiento que lo justificaba: yo sólo añoraba su piel, la lisa y blanca piel de aquel chico al que a diario, desde la ventana del gimnasio, veía jugar tennis.

Ciudad de México, enero 18, 2010.
Imagen: "Oliver Silva, The Foreing Legion" (2000) de Rineke Dijkstra.