Monday 22 April 2013

La colección (The Art Dealer)

El estilo delataba rasgos de carácter de cada uno de ellos. Iban desde pinturas figurativas, retratos, autoretratos, paisajes, bodegones, hasta motivos abstractos, geométricos, monocromáticos, y uno que otro collage.

Leía en su sala, también galería, y de vez en cuando repasaba cada uno de los cuadros. Detrás de ellos había una historia de cortejo, de ilusión efímera, de aventura desenfrenada, de rompimientos y también de dramas inútiles. El sillón quedaba estratégicamente al centro y le permitía que con un leve giro su cabeza pudiera observar cada obra. El espacio era amplio. Parecía un estudio semivacío. Estaba, además, una pequeña mesa a lado, y una lámpara de piso que asemejaba una rama caída. Uno que otro librero irrumpía la ordenada y pulcra colocación de los cuadros. Pero faltaba una pintura que nunca le llegó ni pudo colgar en alguna de esas paredes. El último amante que había prometido venderle un cuadro incumplió su palabra...

Cuando llegó a la cita, en aquel lujoso restaurante, pensaba en que no sólo era la admiración por su talento en combinación con cierta atracción física, sino también, en esta ocasión, un genuino deseo por su compañía. Volteó al gran ventanal, miró el Danubio y del otro lado la ciudad vieja, seguramente el frío había arreciado, pensó; se quedó estático, invadido por la duda.

Desde lejos lo vió entrar sin traer nada en las manos. Se aproximó a la mesa y ni siquiera lo dejó sentarse; de inmediato le reclamó el porqué había vendido el cuadro sin avisarle. Sin importar quién escuchara, elevando el tono, le dijo: "Estoy triste. ¡Faltaste a la promesa! ¿No querías que tuviera la pintura en mi casa?". El joven pintor contestó con cierta duda, pero más bien asustado por la reacción desbordada de aquel hombre: "No me dejaré engañar.¡No tendrás ninguna de mis obras!, mi presencia está aquí".

Ciudad de México.

Abril 5, 2013.

Sunday 4 November 2012

Fuera del agua (Dancing)

A Andrés H.

"¿Y tú qué me enseñarás? ¿Qué aprenderé de ti?". Tomó mi brazo y lo puso a la par del suyo, luego lo estiró, parecían fusionados. "A nadar", contestó. Y en ese momento, lejos del agua, ahí en su habitación, tuvo que echar mano de las palabras. Dijo: "será más fácil de esta forma", y sonrió espontáneamente, como hacia dentro, como acordándose de alguien o de algo. "Me han dicho que nadar es como bailar, como una danza, pero bajo el agua. Sumergido, hay que sentir el cuerpo, tenerlo consciente. La patada en 'libre' y 'dorso' será como bailar ballet, de puntitas, y así mover las piernas, sin doblar las rodillas, patear, ir contra la presión del agua. La de 'delfín' para 'mariposa' tendrá que ser moviendo la cintura, el vientre de arriba abajo, como en un baile sensual, como cuando en el sexo. Los brazos en el estilo libre harán giros, como llevar un listón y darle vueltas de manera rítmica". Volteó la cabeza para verme a los ojos y echó a reír, "ni siquiera sé bailar, pero lo intentaré", contestó. En ese instante, mi deseo era estar en la alberca y al mismo tiempo recordaba a cada uno de los que me habían enseñado a perfeccionar mi nado a través de una metáfora.

Thursday 17 March 2011

Echar de menos (Heaven Knows I'm Miserable Now)



A Eliana Campiña.

A pesar de la distancia y sin saberlo, hubo un pequeño evento que lo 'conectó' con alguien. Ocurrió algo que provocó el vínculo.

Un hombre tocaba la guitarra en el metro de Londres. Él, fascinado al identificar la música, justo antes de abordar, escuchaba y evocaba momentos, aquello le hacía echarlo de menos. Pensó que esos instantes habrían sido más intensos si se hubieran compartido, ¿pero con él?, se cuestionaba. Lo cierto es que físicamente no pudieron estar ahí, los dos, como solían hacerlo cuando a diario se dirigían al campus, y escuchar Heaven Knows I'm Miserable Now. No quiso que se quedaran las cosas así, luego escribió y detalló la escena del músico en el subterráneo y la envió por correo.

El otro, en Boston, horas después, pudo evocar lo sucedido. Hasta ese instante, se enteró que él también había sido partícipe. Por un momento se sintió acompañado. Sonrió, aunque con nostalgia.

Sunday 22 August 2010

Lo ordinario de los días (To Return)


Se filtraba poca luz, señal de un día nublado, y sin explicación aparente, tuvo ganas de levantarse muy temprano y subir al vivero a regar las plantas. Se dio cuenta que la ciudad no había cambiado mucho, que era verano, y que el aire denso y grisáceo acentuaba la nublada mañana, como aquella hace algunos meses en la que no quiso moverse ni saber de nadie. De entre las casas y edificios, pudo, de nuevo, como solía hacerlo, observar al horizonte y distinguir el imponente estadio de fútbol, y aquella imagen la reconfortaba. Luego, fue hacia la terraza, bajó la vista, observó a la gente caminar y se percató de los primeros ruidos del tránsito. Y así, se incorporó de nuevo a lo ordinario de los días.

Monday 10 May 2010

American Pop (Dejar pasar)

Habría desaparecido ese incómodo sueño recurrente con sólo llamarle, pero el lamento fue en vano. Y luego la angustia se aproximó, a tientas, pues se daba cuenta que Andrés no quiso dejar rastro, nada en absoluto. Era la historia que se repetía: El deseo de Mateo, que oculto, afloró aquel día en el que dejó que Andrés bailara frente a él, ese adolescente de delicado rostro, quien imitaba los pasos de alguna cantante de pop americano. Y terminó la canción, y siguió un violento respiro de Andrés, que se confundía entre señal de cansancio y de placer. Mateo, siempre de rígido ciño, no lo pudo evitar, tuvo que sonreír y cruzar palabra, cortejarlo, y al final, preguntarle en qué lugar lo volvería a ver. Pero Mateo nunca llegó a la cita, no podía imaginar salir con alguien “así”. Quiso rectificar, pero fue tarde, Andrés ya no contestó más sus llamadas y bloqueó toda posible comunicación. Mateo se condenó a seguir lamentándose, al tiempo que se preguntaba de dónde venía la belleza de aquel muchacho y la razón del porqué lo había dejado pasar.

Iván Islas. Mayo 10, 2010.

Friday 19 February 2010

Contemplar (Indigo Colour)



Pasaron muchos meses, quizá años, y las paredes de su departamento permanecieron blancas; lo meditó mucho, luego decidió pintar un solo muro, escogió el color índigo.


Gazing at (Color índigo).

It was many months, perhaps years. The walls of his flat remained white. He pondered it for a long, then he decided to paint a single wall, chosing indigo colour.

Monday 18 January 2010

La piel intacta (A Tennis Player)



1.
Bastó que fuera joven y su piel blanca. Muchas veces lo observé cruzar el jardín principal. Caminaba en dirección al gimnasio después de entrenar tennis. Iba con la mirada al piso. El aire chocaba con su afilado torso, el cual, cubierto por una delgada playera de algodón, mojada por su sudor, intensificaba la sensación de frío. Me fascinaba verlo todos los días: sus finos rasgos en contraste con su nariz grande, desproporcionada a su cara, y sus labios delgados. Tuve que esperar un poco más. Tenía que llegar el momento. Y así, con el paso del tiempo, accedió. Entonces, en alguna de esas veces, decidió subir la mirada, había dado la pauta. Fue meticuloso, lo previó todo, que sus padres no se percataran, y que nuestro encuentro pareciera natural. Primero fueron saludos, discretos, con tímidas señas, de lejos. Poco a poco asintió y permitió que fuera parte de su vida.
2.
Jugábamos tennis cuando sus padres se iban los fines de semana; aprovechábamos para pasar el tiempo. Yo decidí estar con él y Carlos, por su parte, había renunciado a su hogar y estaba dispuesto a seguirme; no nos importó ser señalados.
3.
Me gritaba enfurecido y la piel de su cara, hasta ese día intacta, se fracturaba por primera vez. Me cuestionaba el por qué lo había traicionado, el por qué había acordado con sus padres la separación. Yo sentía impotencia y me preguntaba, en silencio, sólo mirándolo, ¿cómo es que empezó todo? Y emergía un pensamiento que lo justificaba: yo sólo añoraba su piel, la lisa y blanca piel de aquel chico al que a diario, desde la ventana del gimnasio, veía jugar tennis.

Ciudad de México, enero 18, 2010.
Imagen: "Oliver Silva, The Foreing Legion" (2000) de Rineke Dijkstra.

Sunday 30 August 2009

Anularse (A Guy With His Martens)



Aún era de día y lo llevó hasta lo más recóndito de aquel parque. Acallados a causa de la desolación del lugar, los gritos de Luis perdían efecto. Luego enmudeció. Una abrupta patada lo dejó por unos segundos inconsciente. Sólo miraba, no tenía cómo defenderse, pedía piedad. Pero en ese momento sólo valía la fuerza. Aquel muchacho a rapa, quien lo sometía, había practicado box por muchos años. Y lo único que había pasado: Luis se había atrevido a hablarle, a cortejarlo. Esa vez e inesperadamente, Carlos lo subió a su auto, le habló de sus "encantadores ojos" y le sonrió. Lo engañó.

Es el bosque, entre las ramas y troncos. “Nosotros no somos como tú. ¡Tu eres un puto, no te confundas!”, Carlos le gritaba a Luis, a quien luego le puso las gruesas suelas de sus botas sobre su cara y presionó con fuerza. Luis ya no podía más, decidió anularse, se dejó vencer. Después de unos minutos de someterlo, Carlos se incorporó como si volviera en sí. Regresó al auto y retornó a las calles, puentes, desniveles. Luis, por su parte, envuelto en la oscuridad de aquel sitio, espero el amanecer.

Mexico, City.
August, 2009.

Image: Arkadia I, Wolfgang Tillmans, 1996.

Tuesday 28 July 2009

La sonrisa (I Saw You)



A Matthew Greener.

Aquel día que hablé con él por primera vez fue extraño. Me logré colar entre aquella muchedumbre; estaba seguro que me había mirado, hizo una mueca. Ni los guardias ni la gente me impidieron llegar hasta él. De inmediato accedió a la charla: “Te vi desde arriba, eras tú hasta adelante, ¿no es cierto?”. Emocionado, asenté con la cabeza, apenas podía contestarle, el bullicio impedía la fluidez de la plática. Sólo recuerdo sus ojos caídos y dilatados. Me llevé una impresión extraña, como de presagio. Lo seguía desde sus primeros conciertos. Me pidió que lo buscara otra vez, dijo que no lo había hecho antes, pero le entusiasmaba la idea de seguir en contacto con un fan. Lo volví a ver en el Zodiac, en Oxford, y tuve sentimientos encontrados. Parecía insensible al tocar y cantar. Lo saludé después del concierto, apenas y lo reconocí: estaba gordo, era un hombre obeso, se había dejado. Y confirmaba mis sospechas al tiempo que justificaba no volver a verlo. Scott, a quien admiré por un tiempo, pasaba distraído por la vida, era un hombre triste.

I.I.
Ciudad de México.
Julio, 2009.

Friday 19 June 2009

A common day (Fingir)




He pretended that he was in there, and it worked. He gazed at the horizon.

Even though she could have realized what was happening, she didn't want to. She preferred not to look at him. That is the way it had happened many times. What if he decides to confess her what he really feels? She does not want to know anything, but his existence. “Is it enough?”, she has often wondered herself. While he was following all the movements of that man, she was thinking that her fiancé was just confused, certainly. In St. James Park, the scene: nobody around, they were sitting down after training. He was still absent. The routine that he is used to: jogging and boxing, everyday. That time it was not a boxing mate, she indeed noticed it. This time it must have been true, and she immediately thought about her age, and she said to herself: “I am still young. What if I give it up?” That moment lasted a few minutes, but it seemed a very long time. He was still somewhere else. She perfectly knew what he was thinking about. Suddenly, he said: “Wait, I’ll be back in a minute”. She noticed he was a little nervous, but she did not ask him anything at all. It was the same story. Instead of complaining, she decided to think about their future wedding. “Things are going to change, times are going to be better”, she thought. She got her makeup and painted her eyes that were already wet. Matthew took a long time, and when he got back, everything turned into a common day.

Iván Islas.
June 12th, 2008.

Illustration: Bird On The Wire/ Mari Mitsumi

Thursday 30 April 2009

El color del polvo (The Time Has Come)


Y luego el ligero sonido, el que se logra colar y que avisa de la velocidad alcanzada; y la sensación de que no ha pasado el tiempo. La imagen barrida en donde aparecen los objetos mezclados, y al horizonte, ese pálido color de cuando la tierra se levanta y se convierte en polvo y da la impresión de que ha bajado una nube, una nube extraña, que no es azul y que molesta. Y se distingue la silueta del vendedor, el que ha estado ahí durante todos estos años, y al que sólo se le reconoce por su atuendo, el mismo de siempre. De este lado, aquí, no hay ruido ni polvo, todo es quietud, sólo se mira, se mira del lado y se ve la escena a través del cristal. Y la imagen se diluye mientras el auto avanza y el camino se hace predecible. Entonces, la memoria avisa de eso que viene: llegarán las casas a medio hacer, de irregular forma, grises, y el auto tendrá que dar la vuelta, dejar atrás aquel inútil paisaje, y ver al frente, seguir el camino. Y vino el incómodo pensamiento; me di cuenta que aquel hombre, el vendedor, ha permanecido ahí desde la primera vez. Luego miré el retrovisor y observé que mi tez ya no era la misma, la misma de aquel día, de esa primera vez en la que vi a ese extraño hombre, quien sigue ahí, en medio del polvo.

Friday 16 January 2009

Escupir la lengua (American Accent)

1
La madre había dado las indicaciones. Tenía que vender por lo menos cinco cajas de chicles.

La mujer sujetó al niño pequeño en su espalda con el largo reboso, y con sus fuertes y ásperas manos, hizo un nudo para asegurarlo. Eran las seis de la mañana, y a pesar del frío, tenía que iniciar la rutina.

La niña, apenas se despierta e incorpora, los dos grados centígrados le provocan un temblor involuntario que sólo lo puede mitigar al ponerse el suéter que, botado por ahí, había dejado la noche anterior. Luego, en cuestión de minutos, tiene que seguir a su madre y recorrer, todavía a oscuras, las calles vacías hasta llegar a su crucero. Y la mamá advierte antes de que inicie su jornada laboral: “!Español!, María”. Y luego María recuerda aquella vez que hablaba otomí con un desconocido, a quien hizo sonreír sólo por escucharla. Pero no logra olvidar tampoco, y mucho menos se explica, la reacción de su madre aquel día, quien la tomó del brazo con la misma fuerza con la que amarraba el reboso para cargar a su hermano, pero esta vez para alejarla de aquel hombre y para luego darle una súbita bofetada en la boca: “para que entiendas, María, ¡español!".

2
Se aproximaba al hombre de migración; le vino a la mente todo aquello que había aprendido desde chica. Su comportamiento tenía que ser natural, tal y como era ella. Su pelo lacio, claro, su tez apiñonada, sus ojos azules, sus finos y simétricos rasgos, y su porte, tan “elegante”, así era Lula, quien parecía a simple vista una adinerada turista. Con acento americano saludó al dependiente. La reacción fue parca y brusca. El hombre regordete, de color, un gigante para Lula, sólo se reservó a preguntar la procedencia, si venía de México. Lula bajó la mirada y en castellano tuvo que contestar que “sí”.

3
Por última vez les decía a sus padres que no regresaría. Eso ya lo había sentenciado en otras ocasiones, pero esta vez en colérico tono. "Te hemos depositado el suficiente dinero para que vuelvas", le advertían a Luis y le suplicaban a la vez, pero ya todo era inútil. "Allá no tengo nada qué hacer", vociferaba haciendo retumbar el teléfono, "sólo de pensarlo me da nauseas". En efecto, habían pasado muchos años y “ya no se imagina ahí otra vez". Pero sus padres nunca lo entendieron, así que la incomprensión era mutua. La última vez que lo habían visto en su país fue hace ocho años, cuando aún era adolescente; y ahora es un adulto, un hombre que ha elegido hablar otra lengua.

Thursday 18 December 2008

Footballers (La razón de estar)

Cuando anotaron gol y todo se convirtió en un estridente coro, acompañado de un incontrolable movimiento, casi uniforme, y en donde todos se hacían uno, dejándose ir, como si el juego también estuviera de este lado, me tocó el cuello con su mano derecha, seguido de una mirada y una sonrisa.

Entre miles, en aquel inmenso estadio, nadie se había dado cuenta. Esa había sido la única razón de estar ahí.

Monday 20 October 2008

America, I See Your Eyes (Los libros "rojos").

She was a teenager and I remember she always looked forward to reading the postcards her mom received every month from her friend who were in East Germany. She used to say that she admired that country. However, that happened a long time ago, indeed. Nowadays, she's living in another time, we're living another time. We think we're living another season. We are in America.

Did you forget the ideals that you used to fight for when you were young? Did you realize what you say: "Mexico is going to be like this country some time", like America... By chance, have you forgotten the Red Books?

Sunday 19 October 2008

Being Sad



A Teresa Losada y Custardoy.

Se fue y no alcancé a decirle acerca de mí. Partió y siempre me vio triste; no pudo ver mi nuevo semblante, de reconciliación con la vida, ése que ha ido conformándose en los últimos meses, ése que será, de mi parte, el que honrrará su memoria.

Iván Islas.
October 19th, 2008.

Monday 17 March 2008

La simulación (The Red Light)

Y justo antes de que la luz del semáforo cambiara, que se tornara verde, que indicara que tenía que seguir, bajó la ventanilla. Permitió que le viera el rostro y quedara al parejo del suyo. Le miró el maquillaje que ya se le corría por el sudor y observó su mirada triste, que se acentuaba por las formas de la pintura que simulaban dos lágrimas, las cuales adquirían densidad en ese cuerpo y se exponían no como símbolos, sí como algo real, inmediato. Luego le dijo: "Por lo menos hubieras limpiado el cristal", y le aventó una moneda, que no sonó al caer por lo blando del hirviente asfalto. Aquel hombre agachaba su cuerpo sin dejar de ver hacia la polarizada ventanilla que ya se había cerrado y que sólo reflejaba su propio rostro, de mimo. En un instante la luz pasó de rojo a verde, el auto arrancó y siguió su camino.

Iván Islas.
March, 17th, 2008.

Thursday 14 February 2008

So Familiar

Que nos une más que la sangre, lo sé. Terminamos de hacer ruido, pues nuestras palabras así se manifestaban en ese pequeño espacio llamado hogar. Ese constante manoteo, esa música que, anárquica, no era más que la fusión de aquellos momentos vividos, cimentados por amor, enojo, llanto y alegrías. ¿Y qué no hay otras razones para estar juntos?

Iván Islas.
Feb 14th, 2008.
Mexico, City.

Tuesday 18 December 2007

El retrato

1.
Visitamos a la abuela y no sé si entendió lo que le platicamos. Quizá no lo sabremos nunca. A veces pienso que sí tiene conciencia, pero que no le importa, y que en ese ser indiferente, nos muestra su cariño y aprobación. No tardó en sacar el álbum, ese “de los de antes”. Le regaló a Luis la foto que había tenido guardada durante 40 años y que en algún tiempo la había exhibido en un portarretratos de madera que ya no existe más. Era yo de “chamaco”, como de manera risible mi abuela lo había dicho. La visita duró un par de horas.

2.
“Te pude reconocer, no fue difícil. A pesar de que ya no somos los mismos de aquellas imágenes, algo queda en la mirada, una marca que permanece todo el tiempo, y quizá sea ése, aunque apagado, el único ropaje que nos acompañe hasta la muerte. ¿Qué será?, pues ni siquiera son los mismos ojos ni el mismo cuerpo. Tal vez lo que quede de aquellos años sólo sea el brillo que durante el vivir se resiste a abandonarnos. Con certeza no sé qué es, pero aún en esa foto de antaño, supe que eras tú”. Luis terminó de hablar, me besó, y apagó las luces.

3.
De sus palabras reconocí cierta añoranza y mi mente insistía en recordar lo que había dicho. Simulé estar dormido, escuchaba y sentía su leve respirar. Acompañé su sueño, pensé en los 15 años de estar juntos y en nuestra inminente entrada a los 50’s.


Iván Islas.
December 18th, 2007.

Thursday 15 November 2007

El espejismo




A Rick Vázquez Oliveras.

En ese pedazo de asfalto, ahí se detuvieron. Tuvo la impresión de que pisaba el centro del mundo. Sí, se había interrumpido su caminata, y en medio de la calle, cubiertos por el frío del albor del día, hacían una pausa. Le pidió sólo eso, darle un abrazo. Y así, el poco ruido del exterior quedó anulado y todo aquello fue silencio por unos segundos. Luego, reanudaron sus pasos; él habló por primera vez de lo que sentía.

Se volvió aquel pedazo de asfalto el centro del mundo, pero no se dio cuenta, pues distraído en decir, se olvidó que aquello no era más que un instante vivido y no un espejismo; y luego ese pedazo de asfalto se convirtió, simplemente, en un punto más, no sé de donde.

Iván Islas.
Mexico City, November 14th, 2007.

Wednesday 10 October 2007

El ritual


Tuesday 14 August 2007

Into The Wood

Erase una vez el camino verde. Era la metáfora hecha añicos, minimizada por la propia realidad. Era el bosque, como el bosque, sí, el de los cuentos de hadas.

El olor guiaba o parecía ser el imán; las veredas apenas y se distinguían. Todo era penumbra, el tacto ayudaba un poco. Después de acostumbrarse a la oscuridad, algunas siluetas se podían ver. Ir adentrándose era al mismo tiempo como internarse en lo desconocido y lo deseado. Como refiriéndose a un vicio, algunos decían: “dije que no volvería más, pero aquí estoy”. Entre la maleza, el olor a tierra húmeda, el sonido de los insectos; bajé por una vereda, parecía una especie de cueva. Escuché pasos en ambas direcciones. La primera vez me aterraba la idea. La mirada y lo blanco de los ojos era la única forma de distinguirlos. Luego, venía el desenfrenado contacto. Y aquellos encuentros, de forma paradójica, estaban envueltos en sentimientos de culpa y goce.

Erase una vez el camino verde, oscuro y denso. Era una rutina para muchos. Era el vicio, la debilidad. Erase una vez el bosque en una noche incipiente cuando la ansiedad se vuelca y esclaviza. Salí de manera sigilosa, fui subiendo. No era un cuento de hadas. Era la simple posibilidad del anonimato, de ser y no ser, de la condena voluntaria.

Erase una vez el camino verde. Y vino la amenaza, no como, sino que vino en realidad. Vigilar y castigar era la consigna. La mañana era fría. Ejército de verdugos cumplían la orden. Realizaban la labor de terminar con aquello. La poda había comenzado.

Erase una vez el camino verde. ¿Acaso destruirían todos los árboles? ¿En nombre de quién y a razón de qué? Pero lo verde emerge de nuevo en cada verano lluvioso. Y mientras nazcan árboles, bosques, caminos, veredas, y mientras la noche esté ahí, sin cobardía, los muchachos también seguirán. Ellos se darán cita otra vez, allí, dentro del bosque.


Iván Islas.
Agosto 14, 2007.
Ciudad de México.

Monday 16 July 2007

Rojo color sangre

Las manos a la altura de sus piernas de manera sospechosa habían quedado petrificadas. El trayecto se tornaba inacabable y sus pasos no hacían el menor ruido. Sus pies, cual si pisaran una gran alfombra, parecían sostenidos por el aire. Su mano izquierda a puño cerrado contenía un objeto metálico. Ahí precisamente se había trasladado todo su resentimiento. Cada vez más se aproximaba al auto, a ese Mercedes Benz plateado, que por sí solo se presentaba y se distinguía en medio de los demás. Y recordaba su voz siempre escandalosa cuando me acompañó a comprarlo: “sí, ese es el mejor color”. Sólo por milímetros se podría haber medido la distancia que lo separaba del Mercedes, era nada. Luego, como en cámara lenta, vino lo peor: se desdibujaba el deseo, se volvía un acto de la realidad. Sin dar señal previa, con esa llave, recorrió, en línea precisa, marcando en tono de odio y como si un puñal rasgara la piel de un hombre, toda la parte lateral de aquel precioso Mercedes Benz. Allí había quedado la marca, que por el color plata ni se notaba, aunque en el fondo él sabía que era roja, de ese rojo color sangre.

Iván Islas.
Diciembre, 2002.

Saturday 7 July 2007

Bailar y los demás (Save the last dance for me)

Rodeados de gente conocida, era un gran salón, una pista al centro en donde los invitados bailaban. La música se diluía, la pieza terminaba, y luego, era hora de esperar la siguiente. Frente a frente, alrededor todos, el murmullo posterior, la pausa, la excusa para hablar, para decir cualquier cosa, permanecer. Estábamos ahí, los dos y no importaba la mirada de los otros, así lo habíamos decidido. Usaba un traje gris oscuro, el color que le iba bien, yo uno negro; su camisa clara, de perfecta hechura; el nudo de la corbata, inmóvil. Puso sus manos en mi cuello, como un abrazo a medias, discreto. Se aproximaba, su mirada se emparejaba a la mía. Decidió abrazarme, y luego tomó mi cabeza, la acercó a su rostro; sentí la fuerza de sus manos que, de manera violenta, pretendían arrebatar mi erguida postura. Me resistí. Bastó con buscar mis ojos. Entonces, lo escuché. Se disculpaba de todo lo dicho, por haberme tratado así todo el tiempo, y haberse dirigido siempre con esas palabras, hirientes. No evité llorar, pero no lo sentía como otras veces. Yo ya lo había disculpado por el solo hecho de estar ahí, conmigo, frente a todos, por abrazarme y bailar la siguiente pieza.

Iván Islas.
Marzo, 2007.

Friday 6 July 2007

La maldie


Terminamos con una fatiga evidente, pero al mismo tiempo lúcidos, como después de una pequeña pausa en una interpretación musical antes de un contundente epílogo. Nos duchamos por separado.

Me veía desde la cama. Sólo me cubría una toalla, ya me había secado. Entonces, me incorporé, nos abrazamos. Había luz. Conversamos de nuestros planes, pero también de lo que habíamos hecho antes, de uno que otro fracaso, de nuestras familias, de los amigos, de nuestros lugares. Empezó a toser incesantemente, y luego vino una pausa, un incómodo silencio. “He tenido que tomar muchas pastillas, y ya no lo soporto”. Se separó de mí, se puso de cuclillas a mi lado, estiró la pierna y la recorrió con su mano como para señalarla, para que mis ojos fijaran la atención en esa parte de su cuerpo. “¿Puedes ver estas manchas en mi piel?”. Yo ni siquiera las había notado. Quizá la plática previa le había dado cierta confianza para hablar de lo que casi nadie habla, de lo que se calla en estos encuentros. “Es una alergia”, me dijo. No supe qué responderle. Luego me contó que llevaba tiempo tomando medicinas, pero que le habían provocado muchos efectos, que el estómago lo tenía destrozado, que de vez en cuando las nauseas, y la alergia, la cual precisamente se notaba a través de las marcas en la piel, de esas manchas que su cuerpo evidenciaba. No quise preguntarle de qué estaba enfermo. Se acercó otra vez, tomó mi mano y la llevó hacia su pierna, hizo recorrerla delicadamente; sentí su piel. De nuevo nos abrazamos. Y siguió mi turno. “Uno nunca se acostumbrará a padecer algo. De vez en cuando tener que ir al doctor. Esa es señal de los años. Tú eres joven, muy joven aún. Nueve años menor, ¿no es cierto?”. Sonreí. Luego le conté que hace como cinco años, una mañana, seguramente después de una noche de insomnio, me vi al espejo y me descubrí con los años encima, en ese momento, según yo, había dejado de ser joven. En la piel de mi rostro ya se dejaban ver los estragos de la vida; se notaba lo vivido, pero también las batallas libradas y el dolor que habían implicado. El resultado de nunca detenerse, de prefirir callar y eludir lo decible, lo que quizá se tuvo que gritar. Así me descubrí y no hubo marcha atrás. Recargó su cabeza en mi pecho.

Hace una semana que lo conocí y probablemente no nos volveremos a ver más. Ese día, nuestra conversación duró hasta quedarnos dormidos. Recuerdo que desperté abruptamente, la ventana estaba abierta. Apenas y abrió los ojos; lo volví a abrazar, lo tapé, lo protegí del frío, me protegí también.

Iván Islas.
Ciudad de México.
Julio 6, 2007.

Ilustración: Fotografía a escultura de Javier Marín.

Saturday 16 June 2007

La pintura

A Jaime Flores Adame.

I.
Había tenido que esconder aquella pintura. Nadie más podía mirarla, sólo él.
II.
Un desagradable sentimiento le causaba “negarse”, renunciar a lo que quería, a los deseos. A veces, no había razones para conversar, daba igual ser o no ser explícitos. Y así, a través de ese extraño sonido, agudo y oculto, había sido muestra amistad, estar a un lado y sólo sabernos.
III.
La dueña de la galería, una de mis tantas cómplices, había prometido enseñarme algo. “Ya verás, te tengo una sorpresa”, me dijo aquella tarde al teléfono.

Como todos los días, había orado por media hora y al mismo tiempo recordaba a Santiago, pedía por él. Se hacía tarde…
IV.
No era más que una banal escena en aquel lienzo. Se percibía un fino y tenue barniz; el resultado, un día palideciendo, del gris pasaba al azul intenso. El trazo del pintor lograba un delicado efecto de neblina, un pálido velo que opacaba la escena y sólo los grandes ojos de uno de los dos personajes, un hombre joven, parecían provocar el único detalle luminoso. Era imposible que pasara desapercibida aquella situación que se retrataba, había cierto dejo de tristeza, una expresión facial casi apagada en ambos personajes, llevada por la gravedad, abatida. La escena, quizás, transcurría en algún país nórdico, justo a la orilla del mar. Uno soportaba el peso del otro, y fundiéndose, caminaban lentamente. Aquel muchacho, de sutil y delgado cuerpo, se sostenía en equilibrio por los gruesos hombros de un hombre quizá diez años mayor. El joven miraba al cielo.

Esa misma noche lo compré; lo quise llevar de inmediato, no esperé más. Llegué a casa y lo primero que hice fue despejar la pared más alta. Luego, con mucha delicadeza, lo coloqué en perfecta armonía junto a los demás objetos.
V.
Le comenté que la pintura era un obsequio, pero que yo se la guardaría, que mi casa sería un buen sitio para ella y que nadie más se iba a enterar. Y lo que había dicho no era más que una excusa para ver su reacción. Su mirada evidenció cierto encanto hacia la obra, pero eso no podría haber sido una señal certera, pues su estado de ausencia siempre era notable a través de esa extraña forma de mirar. Aquella ocasión parecía una respuesta diferente. En un impulso había dado su juicio: “me encanta”, aunque luego había rectificado diciendo que sólo se refería a “la técnica”. No podía aceptar el obsequio. Ni aunque yo me lo quedara en mi departamento, no podía, ni siquiera por su valor estético. Un cuadro que maldijera al Señor mostrando a dos hombres así no podría ser aceptado. “¿Qué no lo entiendes? ¡Nada que lo ofenda puede ser aceptado por mí! Ni aunque fuese una obra maestra". Así concluyó nuestro encuentro. Luego, me pidió que lo llevara a su casa. Bajó del auto, “algún día lo comprenderás”, dijo, y azotó la puerta.
VI.
Sólo algunos días bastaron para volvernos a ver. Fuimos a misa muy temprano y luego desayunamos en casa. Le dije que aún tenía el cuadro, y lo decía bajo el temor de alguno de sus arrebatos. Con la penetrante mirada de siempre, como aquella con la que miró por primera vez la pintura, respondió: “consérvalo, nunca lo vayas a vender. Hagamos ese pacto, ése ha sido un regalo, no sólo tuyo, sino también de Él”.


Ciudad de México, febrero de 2007.

Un paseo en moto

A Ociel Cuevas.

I.
Seis meses atrás y su respuesta a mi confesión: “Veme a los ojos. No llores más, que lloraré también. ¡Lucha! Esa es la batalla que te tocó librar en este mundo”. Él, hasta hoy, no quitaba el dedo del renglón, no perdía la esperanza de que ‘cambiara’. Pero a mí no me importaba, era febrero y los días con sol empezaban a aparecer.
II.
Era la complaciente sensación de ser los únicos en medio de esos bloques de concreto que se imponían, de esos altos edificios que daban sombra, que nos hacían parecer diminutos, como si cabalgáramos dentro de un gigantesco bosque. No seguí las reglas y él no dijo nada. Mis manos sujetaron su cintura, me recargué en su espalda. Lo sentí por primera vez muy cerca, lo olvidé todo y comenzó el paseo.
III.
Bajamos por el Bulevar de las Palmas. Aquel paseo terminaba. Las llantas rechinaron y anunciaron nuestro arribo. Antes de despedirse tuvo que preguntar como si continuara la conversación aquella: “¿y quién te cuidará cuando estés viejo? ¿quién te acompañará si no tendrás esposa ni hijos? Yo no podré”. Era como adelantarse, ser un aguafiestas. Entonces, bajé de la moto, era un espléndido día, de especial brillo. No quise responder. Me pareció una provocación inútil. Preferí sonreírle en un gesto de agradecimiento. Así me sentía, afortunado por aquellos instantes que acababa de vivir. Le di la espalda y seguí mi camino. Sólo recuerdo que fui feliz en aquel paseo en moto.

Iván Islas.
Ciudad de México, marzo de 2006.

El lado oscuro


¿Eres bueno?, preguntó Carlos. Aquello no fue más que un recordatorio. Diego no sabía qué decir. Precisamente eso, dicha interrogante, había sido durante los últimos años el eterno susurro de su propia sombra. Pero, ¿por qué ahora?, ¿por qué tenía que ser en ese instante en el que todo iba tan bien? El momento para ambos se alargaba en un pensamiento que no respondía ni al tiempo ni al espacio y, sin embargo, los segundos transcurrían como gotas de agua: tac, tac, tac, tac... ¡No lo es nadie!, contestó con rabia. ¿Estás seguro de lo que dices?, insistía Carlos, ¿podremos ser buenos? Entonces, todo se oscureció excepto allí donde se encontraban; una lámpara encendida los señalaba en medio de la infinita urbe. Todo había ido excelente. ¿Por qué arruinarlo? Diego y Carlos habían sido amigos por más de ocho años y esa respuesta iba a ser un gran golpe para ambos. Era la pieza de dominó que habría iniciado el derrumbe. Entonces, el velo se deslizaría, ¿todo habría sido duda y sospechas? Iba a comenzar una especie de confesión. ¡Calla!, gritó Diego, dejemos todo en silencio, como estaba. Todo se iluminó otra vez. El ruido del vapor y el aroma del café se incorporaban a la vida de nueva cuenta. Pudieron escuchar la presencia del murmullo habitual de aquel lugar. Diego puso su dedo índice en sus labios al tiempo que miraba a Carlos.

Ciudad de México, mayo 26, 2004.

Ilustración:

Hilos cósmicos
Miguel Ángel Cordera
Esmalte sobre tela (100X130cm)

Huir al norte (Los campos de futbol)


I.
“Toma las riendas de tu vida de una vez por todas”, así terminó su sermón. Y aquello sonó oportuno, prudente. Luego me incorporé y corregí mi postura, esa joroba, indicio de los lastres que cargaba, de lo pesado que me resultaba la vida. Su voz palideció el ambiente. Traté de mantenerme ahí, sin vacilar, sin instalarme en la fantasía y negarme. Sentí el viento, el aire frío de septiembre. No le llamé más, vino la huída.

II.
Manejaba de prisa, ni siquiera me percaté cuando cruzamos el Támesis. Su acento, tan ajeno, se convirtió en ruido, apenas lo entendía. Recién lo había conocido en un pub al sureste, poco después de dejar a Ian, y ya iniciaba, con él, la huída al norte, al frío de Glasgow. No sé si entendí bien los porqués de su venida a la isla, la India le parecía fascinante, pero, al parecer, no soportaba las viejas costumbres, el ser nativo, entonces coincidimos: yo quería dejar Londres y él conocer el norte.

III.
Miraba desde el parabrisas la interminable avenida. El tiempo se esfumaba y lo único que se presentaba ante nosotros eran las casas, los autobuses y la gente, todo abatido en lo cotidiano. Y de pronto, aparecieron esos grandes campos de fútbol, no tenían fin, de un peculiar verde, intenso. La espesa niebla, al unísono con la desolación del sitio, provocaba una extraña imagen, tenue, inevitablemente melancólica. Noté que nos alejábamos de la ciudad, ya mirábamos los desérticos bosques, y las luces que, en un compás irregular, emergían de vez en cuando, eran los autos del carril derecho y era el camino en penumbras. En esos instantes, había huido.

Londres-Ciudad de México.
Septiembre, 06-Diciembre 18, 2006.

Days of Rainy Mornings


It was night, the dark and empty night. We were just talking about our last years in London. Do you remember those days of rainy mornings? The sky got angry and it gave us a grey glare. The water insisted on being there as it always used to be in that season. How can we go back to those days? We used to spend all day long watching the same film, over and over. Lying down on the sofa, nothing had to be taken off. Despite everything, I was there. Was the colour of the sky the reason for being sad? You always told me I had to be clear so that I opened up and confessed my feelings at any time. Today is not different. Somebody else was here, on the same sofa next to me, so close. You were not aware of those little things. You were not right here when you were supposed to be during these rainy mornings.


London-Mexico, City.
September 06-March 07.