Habría desaparecido ese incómodo sueño recurrente con sólo llamarle, pero el lamento fue en vano. Y luego la angustia se aproximó, a tientas, pues se daba cuenta que Andrés no quiso dejar rastro, nada en absoluto. Era la historia que se repetía: El deseo de Mateo, que oculto, afloró aquel día en el que dejó que Andrés bailara frente a él, ese adolescente de delicado rostro, quien imitaba los pasos de alguna cantante de pop americano. Y terminó la canción, y siguió un violento respiro de Andrés, que se confundía entre señal de cansancio y de placer. Mateo, siempre de rígido ciño, no lo pudo evitar, tuvo que sonreír y cruzar palabra, cortejarlo, y al final, preguntarle en qué lugar lo volvería a ver. Pero Mateo nunca llegó a la cita, no podía imaginar salir con alguien “así”. Quiso rectificar, pero fue tarde, Andrés ya no contestó más sus llamadas y bloqueó toda posible comunicación. Mateo se condenó a seguir lamentándose, al tiempo que se preguntaba de dónde venía la belleza de aquel muchacho y la razón del porqué lo había dejado pasar.
Iván Islas. Mayo 10, 2010.
1 comment:
Si es cierto que sólo deseamos lo que satisface una exigencia de nuestro psiquismo, tal vez sea igualmente cierto el que no podamos conseguir para nosotros, nada que no hayamos atesorado en la imaginación. Después de todo, cualquier proyección a futuro que podamos formular para nosotros, supone, que hemos desafiado exitosamente al censor que nos sacrifica a diario a la mesura y a la objetividad.
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