Sunday, 30 August 2009

Anularse (A Guy With His Martens)



Aún era de día y lo llevó hasta lo más recóndito de aquel parque. Acallados a causa de la desolación del lugar, los gritos de Luis perdían efecto. Luego enmudeció. Una abrupta patada lo dejó por unos segundos inconsciente. Sólo miraba, no tenía cómo defenderse, pedía piedad. Pero en ese momento sólo valía la fuerza. Aquel muchacho a rapa, quien lo sometía, había practicado box por muchos años. Y lo único que había pasado: Luis se había atrevido a hablarle, a cortejarlo. Esa vez e inesperadamente, Carlos lo subió a su auto, le habló de sus "encantadores ojos" y le sonrió. Lo engañó.

Es el bosque, entre las ramas y troncos. “Nosotros no somos como tú. ¡Tu eres un puto, no te confundas!”, Carlos le gritaba a Luis, a quien luego le puso las gruesas suelas de sus botas sobre su cara y presionó con fuerza. Luis ya no podía más, decidió anularse, se dejó vencer. Después de unos minutos de someterlo, Carlos se incorporó como si volviera en sí. Regresó al auto y retornó a las calles, puentes, desniveles. Luis, por su parte, envuelto en la oscuridad de aquel sitio, espero el amanecer.

Mexico, City.
August, 2009.

Image: Arkadia I, Wolfgang Tillmans, 1996.

Tuesday, 28 July 2009

La sonrisa (I Saw You)



A Matthew Greener.

Aquel día que hablé con él por primera vez fue extraño. Me logré colar entre aquella muchedumbre; estaba seguro que me había mirado, hizo una mueca. Ni los guardias ni la gente me impidieron llegar hasta él. De inmediato accedió a la charla: “Te vi desde arriba, eras tú hasta adelante, ¿no es cierto?”. Emocionado, asenté con la cabeza, apenas podía contestarle, el bullicio impedía la fluidez de la plática. Sólo recuerdo sus ojos caídos y dilatados. Me llevé una impresión extraña, como de presagio. Lo seguía desde sus primeros conciertos. Me pidió que lo buscara otra vez, dijo que no lo había hecho antes, pero le entusiasmaba la idea de seguir en contacto con un fan. Lo volví a ver en el Zodiac, en Oxford, y tuve sentimientos encontrados. Parecía insensible al tocar y cantar. Lo saludé después del concierto, apenas y lo reconocí: estaba gordo, era un hombre obeso, se había dejado. Y confirmaba mis sospechas al tiempo que justificaba no volver a verlo. Scott, a quien admiré por un tiempo, pasaba distraído por la vida, era un hombre triste.

I.I.
Ciudad de México.
Julio, 2009.

Friday, 19 June 2009

A common day (Fingir)




He pretended that he was in there, and it worked. He gazed at the horizon.

Even though she could have realized what was happening, she didn't want to. She preferred not to look at him. That is the way it had happened many times. What if he decides to confess her what he really feels? She does not want to know anything, but his existence. “Is it enough?”, she has often wondered herself. While he was following all the movements of that man, she was thinking that her fiancé was just confused, certainly. In St. James Park, the scene: nobody around, they were sitting down after training. He was still absent. The routine that he is used to: jogging and boxing, everyday. That time it was not a boxing mate, she indeed noticed it. This time it must have been true, and she immediately thought about her age, and she said to herself: “I am still young. What if I give it up?” That moment lasted a few minutes, but it seemed a very long time. He was still somewhere else. She perfectly knew what he was thinking about. Suddenly, he said: “Wait, I’ll be back in a minute”. She noticed he was a little nervous, but she did not ask him anything at all. It was the same story. Instead of complaining, she decided to think about their future wedding. “Things are going to change, times are going to be better”, she thought. She got her makeup and painted her eyes that were already wet. Matthew took a long time, and when he got back, everything turned into a common day.

Iván Islas.
June 12th, 2008.

Illustration: Bird On The Wire/ Mari Mitsumi

Thursday, 30 April 2009

El color del polvo (The Time Has Come)


Y luego el ligero sonido, el que se logra colar y que avisa de la velocidad alcanzada; y la sensación de que no ha pasado el tiempo. La imagen barrida en donde aparecen los objetos mezclados, y al horizonte, ese pálido color de cuando la tierra se levanta y se convierte en polvo y da la impresión de que ha bajado una nube, una nube extraña, que no es azul y que molesta. Y se distingue la silueta del vendedor, el que ha estado ahí durante todos estos años, y al que sólo se le reconoce por su atuendo, el mismo de siempre. De este lado, aquí, no hay ruido ni polvo, todo es quietud, sólo se mira, se mira del lado y se ve la escena a través del cristal. Y la imagen se diluye mientras el auto avanza y el camino se hace predecible. Entonces, la memoria avisa de eso que viene: llegarán las casas a medio hacer, de irregular forma, grises, y el auto tendrá que dar la vuelta, dejar atrás aquel inútil paisaje, y ver al frente, seguir el camino. Y vino el incómodo pensamiento; me di cuenta que aquel hombre, el vendedor, ha permanecido ahí desde la primera vez. Luego miré el retrovisor y observé que mi tez ya no era la misma, la misma de aquel día, de esa primera vez en la que vi a ese extraño hombre, quien sigue ahí, en medio del polvo.

Friday, 16 January 2009

Escupir la lengua (American Accent)

1
La madre había dado las indicaciones. Tenía que vender por lo menos cinco cajas de chicles.

La mujer sujetó al niño pequeño en su espalda con el largo reboso, y con sus fuertes y ásperas manos, hizo un nudo para asegurarlo. Eran las seis de la mañana, y a pesar del frío, tenía que iniciar la rutina.

La niña, apenas se despierta e incorpora, los dos grados centígrados le provocan un temblor involuntario que sólo lo puede mitigar al ponerse el suéter que, botado por ahí, había dejado la noche anterior. Luego, en cuestión de minutos, tiene que seguir a su madre y recorrer, todavía a oscuras, las calles vacías hasta llegar a su crucero. Y la mamá advierte antes de que inicie su jornada laboral: “!Español!, María”. Y luego María recuerda aquella vez que hablaba otomí con un desconocido, a quien hizo sonreír sólo por escucharla. Pero no logra olvidar tampoco, y mucho menos se explica, la reacción de su madre aquel día, quien la tomó del brazo con la misma fuerza con la que amarraba el reboso para cargar a su hermano, pero esta vez para alejarla de aquel hombre y para luego darle una súbita bofetada en la boca: “para que entiendas, María, ¡español!".

2
Se aproximaba al hombre de migración; le vino a la mente todo aquello que había aprendido desde chica. Su comportamiento tenía que ser natural, tal y como era ella. Su pelo lacio, claro, su tez apiñonada, sus ojos azules, sus finos y simétricos rasgos, y su porte, tan “elegante”, así era Lula, quien parecía a simple vista una adinerada turista. Con acento americano saludó al dependiente. La reacción fue parca y brusca. El hombre regordete, de color, un gigante para Lula, sólo se reservó a preguntar la procedencia, si venía de México. Lula bajó la mirada y en castellano tuvo que contestar que “sí”.

3
Por última vez les decía a sus padres que no regresaría. Eso ya lo había sentenciado en otras ocasiones, pero esta vez en colérico tono. "Te hemos depositado el suficiente dinero para que vuelvas", le advertían a Luis y le suplicaban a la vez, pero ya todo era inútil. "Allá no tengo nada qué hacer", vociferaba haciendo retumbar el teléfono, "sólo de pensarlo me da nauseas". En efecto, habían pasado muchos años y “ya no se imagina ahí otra vez". Pero sus padres nunca lo entendieron, así que la incomprensión era mutua. La última vez que lo habían visto en su país fue hace ocho años, cuando aún era adolescente; y ahora es un adulto, un hombre que ha elegido hablar otra lengua.